El centenario del nacimiento de Eugene O'Neill (1888-1953) ha dado lugar no solo a una revisitación teórica de la obra del famoso dramaturgo norteamericano (1), ganador del Nobel en 1936, sino también a una reposición en los escenarios de su pieza teatral mas culminante y definitiva: Long Day's Journey into Night (2). Ingmar Bergman ha llevado a cabo su montaje en Suecia, y algo más lejanas están las noticias del éxito obtenido par un montaje americano con Jack Lemmon al frente del reparto. En Madrid, la temporada del Teatro Español se ha abierto con una versión casi íntegra de esta obra fundamental de la dramaturgia de nuestro siglo. Si esa mema convención de los centenarios sirve, en ocasiones, para poner en pie proyectos como éste, bienvenida sea.
O'Neill escribió Largo viaje hacia la noche, en 1940, en plena madurez artística. No era una de sus creaciones habituales destinadas al escenario: existía una prohibición expresa, por parte del autor, de que el texto viese la luz antes de transcurrir veinticinco años desde su muerte. El motivo es bien sabido: O'Neill, que a lo largo de toda su producción dramática nunca había dejado de reflejar elementos autobiográficos en sus obras, se decidía por fin a hablar directamente de su propia familia, de las personas y los hechos que hicieron de él el hombre hipersensible, dolorido y atormentado que siempre fue (3). El resultado fue esta pieza antológica, escrita con lagrimas y sangre; un exorcismo hecho de amor y de odio, de piedad y de furia, donde su autor se dejó la piel en cada conflicto al tiempo que desplegaba todos los conocimientos teatrales adquiridos en su larga trayectoria de dramaturgo.
Más allá del estudio profundo y desnudo de personajes y conflictos, de la búsqueda de una catarsis personal, Largo viaje hacia la noche está considerado como un compendio de todo el teatro norteamericano contemporáneo. El drama que nos cuenta, pese a ser tan prolijamente biográfico, se transforma, gracias a la genialidad de su autor, en una tragedia universal. En la tragedia colectiva de un sueño, el americano, tal y como expone Isaac Chocrón en su lucido ensayo (4). Y también en la tragedia individual que supone encontrar un sentido a la vida. Los personajes de O'Neill nunca llegaran a encontrarlo. Se aman y se odian con la misma intensidad. Cada cual es un poco el infierno de los demás, y, en los breves instantes de acercamiento, también su salvación. Pero al final la soledad individual se impone a cada uno de ellos: acabarán, cada uno a su manera, intentado evadir la realidad. Largo viaje hacia la noche es el testamento de un hombre atormentado que tuvo sobrados motivos para ello. Es, asimismo, una lúida y angustiosa visión de la existencia y de las relaciones humanas. Una tragedia moderna en la que, como explica William Layton, sus personajes no son dioses ni reyes. Son «ordinary people» convertidos en arquetipo de familia humana, que pasan revista a sus grandes traumas, y para los que no hay salida pues ellos mismos han construido las celdas que les encierran.
La tragedia aletea desde el primer minuto en este montaje que Miguel Narros y William Layton han presentado en el Español; la llevan los personajes dentro de ese desde el instante en que se alza el telón. Los únicos datos externos que acontecen en esta obra de absoluta interioridad no son sino la confirmación de dos sospechas que los personajes tienen desde el principio: Edmund padece tuberculosis y la madre ha vuelto a caer en la droga. No hay revelaciones ni acontecimientos; sólo un desgranar de confesiones, reproches, afectos, sueños y desesperanzas que los personajes se arrojan unos a otras desde el primer momento.
La versión respeta casi íntegro el texto original. No deja de ser una audacia: cuatro horas de representación (incluyendo un descanso) de un texto que no encierra trucos ni sorpresas. No creemos que se trate de un texto intocable; puede comprimirse sin excesivo perjuicio (recuérdese la hermosa película de Sidney Lumet (5)) y de hecho existen reiteraciones de fácil supresión, En cualquier caso, está bien como está, v aunque buena parte del público acabe acusando la larga duración y pierda la concentración en el último acto, el más hermoso, sin duda.
La adaptación de Ana Antón-Pacheco ha vertido los diálogos hacia un coloquialismo que ayuda a los actores y contribuye a la fluidez del drama, si bien en algunos momentos se pierde algo de la intensidad lírica del original El decorado de Andrea D'Odorico es bello y funcional; los personajes y su drama quedan perfectamente empastados en él al tiempo que la dirección de Narros acierta a mover a los actores en este nada sencillo carrusel de acercamientos y desapegos.
Con el capítulo de la interpretación entramos a juzgar el punto decisivo de a una función como ésta. Hay una pieza que nunca acaba de encajar con el resto, y es la creación que Margarita Lozano hace del personaje de la madre. Sin dudar de sus excelencias interpretativas, lo cierto es que ni su físico ni su forma de declamar la hacían la actriz ideal para encarnar a Mary Tyrone. A veces parece como si su actuación discurriera en un registro distinto al de los otros miembros del reparto, y su personaje no llega a conmovernos en el escenario como es capaz de hacerlo con la mera lectura de la obra. Alberto Closas parece haber tenido en cuenta las palabras de Lawrence Olivier a la hora de encarar su personaje (6). Su interpretación, no obstante, peca a veces de excesiva llaneza, y en contra de la opinión del eximio Olivier creemos que el personaje creado por O'Neill si tenía bastante de ese histrión del que Closas ha huido en todo momento, aunque en las escenas fuertes del drama su actuación sube muchos enteros. Carlos Hipólito y José Pedro Carrión, como los hijos, realizan un trabajo impecable. La angustia, la tortura, el dolor de sus personajes llega sin trabas al espectador. Ana Goya, en la corta intervención de la criada, pone las pinceladas humorísticas en la función exagerando un tanto algunas características de su personaje que en el texto aparecen más difuminadas
En conjunto, el gran reto que suponía el montaje de esta obra se ha saldado con unos resultados más que favorables. Este Largo viaje hacia la noche exige la asistencia de todo aquel que se considera un amante del teatro.
(1) Citemos como ejemplo el Simposium internacional Eugene O'Neill, celebrado en Madrid, o la edición de algunas obras del autor ya comentadas en RESEÑA n.o 179, pags. 32-33.
(2) Otras traducciones del título en castellano son Largo viaje del día hacia la noche y Viaje de un largo día hacia la noche, tal vez la más correcta.
(3) La acción de la obra transcurre en un único día del mes de agosto de 1912, si bien constantemente se evocan hechos del pasado. Los personajes son los propios padres del autor, su hermano mayor y el propio Eugene O'Neill, que aparece con el nombre de Edmund. Prácticamente todo lo que se dice en el texto, hasta los detalles más nimios, es autobiográfico.
(4) Sueño y tragedia en el Teatro Norteamericano, Isaac Chocrón, Alfadil Ediciones, 1984.
(5) El film, producido en 1962, fue estrenado en España en 1969, en salas de arte y ensayo, con el titulo Larga jomada hacia la noche. Eran sus intérpretes Katherine Hepburn, Ralp Richardson, Jason Robards y Dean Stockwell.
(6) Mi resistencia
a esa pieza maratón se fundaba en razones muy distintas. No es que
creyera que ese papel no era apropiado para m[; veía de sobra
que estaba dentro de mis posibilidades, pero cuando se interpreta el
papel de alguien que pertenece a una profesión que tanto se presta a la
burla, es ya tradicional que se crea que ha de ser un estereotipo:
vanidoso, afectado, presumido; con ganas de llamar la atención y bastante absurdo. Confesiones de un actor, Lawrence Olivier, Planeta 1984.
Título: Largo viaje hacia la noche.
Autor: Eugene O'Neill.
Traducción y adaptación: Ana Antón-Pacheco.
Dirección: Miguel Narros y William Layton.
Escenografía y vestuario: Andrea D'Odorico.
Iluminación: José Miguel Saez.
Reparto:
Alberto Closas (Games Tyron), Margarita Lozano (Mary Tyron), Carlos
Hipólito (Edmund), José Pedro Carrión (Gamie), Ana Goya (Cathleen).
Estreno en Madrid: Teatro Español, 19 de octubre de 1988.